martes, 9 de febrero de 2010

Rijksmuseum

Este fin de semana es el primero que no llueve y/o nieva en los últimos tiempos, así que me lo pasé yendo a sitios.

El sábado fui al cine y el domingo, al Rijksmuseum.

Ya sabía de antemano que el museo se encuentra actualmente en reparaciones, de tal modo que el edificio está cubierto por andamios, los túneles característicos de la planta baja no se ven y solo permanece abierto un cacho de trozo de pedazo de un ala del museo. Pero me esperaba más, porque eso, ni siquiera se podía ver el edificio en sí (por cierto, los arquitectos encargados de la reforma son españoles).

Sorprendentemente, había una cola kilométrica para ser domingo a las 16:00h y haber 0°C de temperatura donde pasarla, así que puede que a los holandeses les parezca todo estupendo. Por tanto, si no iban a pasar la tarde (bien podían haber escogido el museo Van Gogh, que está a 5 minutos caminando), aquello debía merecer la pena. Eso siguió incrementando mis expectativas.

Esperaba encontrarme una colección abundante de pintura; cuadros del Siglo de Oro, de grandes maestros, que reflejasen la historia del país, la lucha contra los españoles... no sé, algo de todo eso que siempre se cuenta sobre la Holanda de la Era Moderna. Estaba impaciente.

Cuando me tocó el turno, por fin, me hicieron pasar un arco de seguridad como los de los aviones (¿acabarán poniendo escáneres corporales de esos como los que quieren poner en los aeropuertos?).  Pitó allí todo, pero nada, me dijeron "pasa pasa". ¿Para qué narices harán el control entonces?

Y por fin llegué a la primera sala. Aquello seguía prometiendo: cuadros que reflejaban batallas navales, las armas que se emplearon en la época, historias de enaltecimiento de la patria (y fomento del odio hacia los españoles), retratos de personajes ilustres, el comercio con las Indias... Me gustó mucho. Me parecía un gran aperitivo. Galeones, oro, estandartes, banderas... Pero tampoco en abundancia: la muestra, y gracias.

Luego, un par de salas de loza (algunos lo llamarían exquisitamente artículos de plata, oro y cerámica), pero mira, a estas alturas, casi tiene más exposición el Ikea. No me parecieron nada del otro jueves.

A continuación retratos de comerciantes y algún político de aquella época fructífera. De nuevo, un poco para decir "mira lo que tenemos" y ya.

Finalmente, en la planta de arriba, volví a encontrar cosas de las que me gustaron: cuadros conocidos de Rembrandt y sus discípulos, escenas de militares y urbanas... 

Pero en total, me esperaba mucho más, como ya adelantaba. Sí que es cierto que lo que vi me gustó, pero no suficiente. Y desde luego, no suficiente considerando que cobran 12€ por entrar (yo tengo un abono que sirve para varios museos así que entré gratis).

Tal y como está, definitivamente, no recomiendo al turista la visita al museo tal y como está, salvo que no tenga más cosas que hacer o realmente quiera ver alguno de los cuadros en concreto. Yo espero poder ver algún día el museo abierto y completamente lleno. Eso sí que debe ser un lujo.


Para acabar, añadiré que en el museo no dejaban hacer fotos así que por eso no acompaño esta entrada con ellas. Ni siquiera el exterior merece la pena, porque solo publicitaría la empresa de los andamios.

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