Si no fuera porque hacía un frío de cuando el grajo vuela bajo, hasta me hubiera animado a disfrutar de la playa al estilo tradicional (tomar el sol, darme un bañito...).
Pero me conformé con ir hasta allí, tocar la arena y el mar, para después sentarme en una terraza (llamarlos chiringuitos sería devaluarlos) a disfrutar de un trozo de tarta de manzana y un café... a un precio sorprendentemente económico.
Efectivamente, hay un museo de búnkeres antes de llegar a las dunas. ¡Alucinante!
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